Veo a un manifestante sosteniendo una pancarta: RESET WORLD.
Veo un deseo, una petición, una orden (no sabemos para quién, podría ser para cualquiera; tú, yo, el gobierno, la banca…). Nos lo dice sereno. Como si lo que exigiera fuera tan sencillo como necesario. Como si alguien pudiera apretar un botón y recolocar el mundo.
Tal vez lo interesante del lema sea la aspiración a un máximo, al absoluto. Desea otro mundo (un mundo mejor, deduce mi parte optimista) pero no concreta qué construir y cómo hacerlo llegado el momento, su mensaje habla de borrar, de destruir lo anterior…
Hace un año (y algunos días ya) miles de personas más o menos indignadas tomaron la calle… No ha mejorado mucho la situación para que RESET WORLD siga funcionando como lema, porque todo se tambalea, porque corrupciones, abusos de poder, miserias y mentiras (propias y ajenas) nos conducen inexorablemente a ese anhelo de volver a empezar, de recolocar, de borrar los errores pasados para poder continuar.
Reset significa recolocar algo (o a alguien) en un lugar concreto, borrar y empezar de cero… Como si el mundo (o alguno de nosotros) no fuera la suma de miles de mundos, la acumulación de nacimientos, enfermedades y muertes, de errores y aprendizajes, pasados y expectativas, deseos y miedos…
En los errores (o en las causa.lidades del destino) existe, a veces, cierta sabiduría… Porque el manifestante que nos mira (al que miramos) escribió una letra menos cuando creó la pancarta, RESET WORD: la palabra que borra (o recoloca). Y en ese pequeño error, en ese lapsus pancartae, estriba todo.
Ahora, si volvemos a mirarle, veremos otro deseo, otra petición, otra orden. Como si lo que suplicara fuera tan humano como compasivo. Como si alguien pudiera inventar la palabra que sirviera de botón, la palabra que cualquiera (en cualquier momento) pudiera nombrar yyuju, recolocar el mundo (o crear uno nuevo) y seguir viviendo…
Jesus G. Pastor, un fotógrafo.
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